Es tan común ver a mamá o papá auxiliando a los pequeños a realizar sus tareas, dándoles el mejor apoyo, recordando lo más que pueden de los saberes de algunos ayeres. Le cuestionan, les corrigen, les reprenden, hasta la hacen por ellos.
Cosa aparentemente normal, y que con los años va dejándose de lado. El auxilio para las tareas académicas es valioso en los primeros años de escuela, pero ¿Tienen los padres la herramientas didácticas para saber si sus hijos lograron el objetivo de la tarea? ¿Saben ellos cuáles son las estrategias de evaluación para saber si se alcanzó el aprendizaje? ¿Tienen la claridad para saber que el trabajo estuvo bien realizado?
Los procesos pedagógicos implican tres momentos claves: Determinar los saberes y conocimientos que se han de adquirir; los fines, propósitos u objetivos que se pretende con cada saber y la forma en que se evalúan.
Los primeros vienen determinados desde las autoridades educativas gubernamentales. Asesorados por especialistas quienes determinan la edad aproximada en que se puede adquirir tal o cual conocimiento. En el caso de México, desde el Plan Nacional de Educación se orientan los conocimientos para los para los primeros años. Luego en se van determinando los objetivos y se proponen ciertas estrategias. Pero será el profesor quien observa la manera de lograr esos conocimientos y saber si se alcanzaron o no. Entonces, ¿Qué pasa con mamá o papá que ponen en juego sus propios saberes para orientar a los hijos?
Veamos tres perspectivas de la educación. Puede ser estructurada, hetero-estructurada, auto-estructurada.
La primera refiere a que el maestro hace un vaciado de información hacia el alumno, en una sola dirección. En estos casos vemos que hay una conducta que se debe alcanzar y ser repetida. Como ejemplo, en clases memorísticas, aprender el abecedario, aprender los números, aprender las aritmética básica. Aquí no importa que el niño, la niña, razonen el conocimiento, sólo es la repetición elemental.
En la segunda, el conocimiento se genera en dos direcciones: del maestro hacia el alumno, y del alumno hacia el maestro. El profesor llevan al pequeño a reflexiones que le permitirán acrecentar el conocimiento. Como ejemplo, la elaboración de experimentos, sembrar algunas semillas, elaborar maquetas. Es decir, a diferencia de la primera donde todo se centra en lo que dicen la maestra, aquí el niño dquiere el conocimiento desde afuera y el profe se convierte solo en un mediador.
Entonces lo podemos cuestionar, mirar la aplicación o utilidad que tiene el conocimiento o el saber que se pretende. Las dinámicas deportivas, todas aquellas que llevan incluido el desarrollo psicomotor, son ejemplos. No es necesario explicarle al niño los valores físicos de la fuerza y la velocidad para poder patear un balón.
En la tercera, la auto-estructural, es aquella donde el saber está centrado en el niño, en la niña: aquellos saberes por los que muestra alguna atracción especial, aquellos conocimientos que le hacen sentir bien, cosas que desea aprender y aprende por sí mismo, sin necesidad de que haya alguna mediación docente. No es que la figura del maestro desaparezca, sino que la fortaleza recae en los intereses del peque. Por ejemplo, cuando se les pide realizar un dibujo de lo que ellos quieren, contar alguna historia, realizar una figura con plastilina. Es decir, se da un descubrimiento del saber y luego la maestra sabrá orientar el conocimiento develado.
Expuesto lo anterior, podemos explicar que hay estrategias distintas de evaluar el conocimiento que se está adquiriendo. Lo que sugiero a mamá y papá es descubrir cómo se deberá adquirir el saber: En procesos memorísticos, reflexivos o en momentos de descubrimiento. Claro, no es cosa fácil, pero se puede tener un buen acercamiento.
Si la tarea del niño consisten en sólo llenar hojas, en copiar del libro o de la pantalla a su cuaderno o su pantalla, podemos saber en un acto de repetición que tanto se ha quedado en la memoria (aunque hay de corto y largo plazo) del total solicitado por el profesor.
Si la tarea va en el sentido de dar soluciones a problemas que implican la reflexión del pequeño, debemos centrar la atención en aquel conocimiento al que está llegando con su reflexión. Aquí hay una valoración de lo que el alumno concluye de lo aprendido. Si le han pedido sembrar un frijolito, y no echó la raíz, debe descubrir qué fue aquello que lo impidió. Al sembrar uno nuevo, debe corregir aquello que en el proceso anterior falló: quizá no ponerlo al sol, no poner el agua suficiente, etcétera. Entonces podemos inferir que el apoyo que como padres daremos será sobre la elaboración de los procesos que llevarán al conocimiento, y no sólo sobre la repetición.
Finalmente, cuando el conocimiento se da por descubrimiento, debemos rescatar aquellos puntos donde el interés del niño sobresalió. Aquí debemos cuidar mucho la emisión de juicios, ya que la atracción que tengan los pequeños por tal o cual tema es totalmente personal, natural, genético, hasta social. Recordemos aquella hermosa película Billy Eliot. Aquí el gusto y el placer entran en juego. El infante es feliz entregando un dibujo donde plasmó algo que le ha dejado fascinado o logró alguna hazaña imprevista por él. Ya habrá tiempo de que el maestro, en conjunto con mamá o papá, puedan encausar ese interés.
Por supuesto que es un tema que requiere mayor profundidad, pero espero que este cercamiento sirva para poder saber llevar a los pequeños a una sana adquisición de saberes.