Todos jugamos, desde nuestros primeros meses, es conocida la imagen de un bebé en su carriola con un chupón y una sonaja. A través de los objetos conocemos sensorialmente el mundo, sus texturas, sonidos, sabores incluso, y lo que nos ocupa en este texto, su efecto terapéutico.
Es muy común que al inicio sean los padres quienes elijan los juguetes para los pequeños, que algunos lleguen como regalos de amigos o familiares. Después son ellos y ellas quienes piden y elijen sus juguetes en función de sus necesidades y procesos internos, además claro, de la mercadotecnia que muchas veces limita el autoconocimiento.
Es importante saber tres cosas:
• Los juguetes no son “para niñas” o “para niños”
Desde el primer momento, somos nosotros quienes estamos entregando la cultura a nuestros hijos, nuestros principios y valores. Si desde el inicio no regalamos un cochecito a una niña porque “es para niño”, o no le damos una cocinita a un niño porque, “es cosa de niñas”, estamos gestando un mandato muy pesado sobre nuestros niños y niñas, que más adelante, determina una fuente de malestar en sus relaciones y su forma de sentirse en el mundo.
• Los juguetes no son “buenos” o “malos”
Una espada, una pistola, un escudo o un tanque de guerra, no son en sí mismos dañinos para niños y niñas. Es la forma en la que nos relacionamos con ellos, los juguetes, lo que les da un sentido, nuevamente hacia nuestra cultura, principios y valores. Prohibir o demonizar ciertos tipos de juguetes no harán que nuestros hijos dejen de tener curiosidad por conocerlos y jugar con ellos. John Holt, en su libro “Teach Your Own” aborda con claridad lo que hay detrás de estos juegos, en donde se emplean pistolas y espadas para “matar” a otros. El problema es que hemos estereotipado y fijado un valor a un objeto, y en ese camino, hemos dejado de ver a los niños y las niñas, y sus procesos metafóricos.
• Los juguetes en sí mismos no son educativos
Por más que sea estudiado y aceptado por múltiples asociaciones e institutos psicológicos, pedagógicos y educativos, los juguetes no tienen valores en sí mismos. Es importante como mamás y papás involucrarnos en el juego en un inicio, observar lo que ellos y ellas hacen, lo que les gusta, lo que dicen cuando se convierten en algún personaje, lo que el juego o juguete aporta a la experiencia de mi hijo o hija. Aprender de nuestros hijos e hijas en el juego es una excelente idea, porque el juego es el lenguaje de los y las niñas. El juego en la infancia no es un opción, es una necesidad, y aún si no tienen juguetes muy caros o elaborados, ellos encuentran piedritas, palitos, ollas, listones o ¡lo que sea! para satisfacer esa necesidad, que es vital para su desarrollo.
El juego, como el arte, ayudan a nuestros niños y niñas a adaptarse al mundo, a través de la fantasía, la metáfora y la preparación para la resolución de conflictos. Piaget habló además de la repetición, como una vía de adaptación, decía que el juego además de ser un fin en sí mismo, a través de la repetición ayuda al niño a dominar ciertas habilidades (Piaget 1951). Según Piaget el juego se divide en:
1) Juegos de práctica (repetición)
2) Simbólico (fantasía, imaginación)
3) Con reglas (capacidad de discernir)
Además hay muchas otras clasificaciones en las que pueden entrar los juegos de roles, construcción, transformación, trabajo en equipo, entre otros. Hay un universo de opciones, como sabemos, sin embargo, como comenté en el punto tres del párrafo anterior, e importante formar parte de estos propósitos lúdicos y educativos, para que sean constructivos para nuestros hijos e hijas.
El juego es un medio de expresión. La terapia de juego entonces es un espacio de expresión de sentimientos, problemas e ideas. En el juego el niño puede vivenciar: tensión, frustración, amor, cuidado, inseguridad, agresión, temor, confusión, y el espacio terapéutico aporta el contenedor de equilibrio entre fantasía y realidad, auto-regulación, creatividad (de cambiar el final o añadir recursos), dar significado a las experiencias, deseo de saber, etcétera.
En terapia de juego, el niño elabora la experiencia faltante con la figura del terapeuta, el terapeuta está atento a ver ¿Qué necesita escuchar el niño?, ¿Qué le hace falta para completar?, ¿Por qué no ha podido construir?, ¿Qué le faltó que no lo ha podido lograr? Igual que los adultos tenemos experiencias faltantes, los niños y niñas necesitan que entremos a su sistema. En terapia, cuando eso sucede, algo se completa, algo se estructura.
De igual manera, en Arteterapia con niños y niñas, la elaboración a través de la obra, se da en la misma línea; y las herramientas de mindfulness, van por la misma carretera: la del juego, la simbolización y expresión a través del juego, el arte y la metáfora.
Regresemos la importancia del juego en la infancia. No sólo es llenarlos de juguetes o darles más objetos para que se entretengan, el juego es tan importante como el alimento, el cuidado y la presencia. Seamos parte de ese elemento también.