Uno de los aspectos importantes para el desarrollo del ser humano es el sentido de la apropiación de su espacio vital, entendido éste no solo como la distancia que debe mantener una persona de otra, es decir, la proximidad que tenemos con las personas, sino también aquellos espacios físicos que vamos ocupando: nuestra cama, la silla favorita. Es por ello que el niño comienza ese sentido de apropiación fuera de la casa, justo en la escuela.
El pupitre es uno de los espacios vitales del niño. Es diferente a la cama que observa en casa, en que pasa sus noches y momentos de reposo. ¿Por qué no es ese un buen espacio vital? Porque, por generalidad, van pasando de la cuna a una cama pequeña luego a otra más tarde y que el aprendizaje social le indica que es casa de sus padres y por tanto, el mueble no le corresponde. Pero, ¿por qué un silla ajena se empieza apropiar? Porque ahí llega, sin saber quién estuvo antes, y no le importa saber, ni siquiera considera que en la transición del ciclo escolar, muy probablemente cambiará de pupitre. Lo hace suyo, hasta rayarlo. Y no sólo el pupitre, también el lugar que éste ocupa en el salón, sea cerca o lejos de la puerta, del escritorio del profesor, de la ventana. Ahí nace ese sentido de apropiación, que es el sentido de pertenencia.
Luego se extiende al patio de juegos, a ese lugar donde se divierte entre descanso y descanso, aquella pequeña banca, incluso aquel espacio en los sanitarios. Sí. Nace ese sentido de pertenencia social, por ese espacio vital, vitalizado.
¿Qué ocurre cuando hacemos alguna visita a nuestra vieja escuela? Decimos eso: mi escuela…, ahí me sentaba…, mi banquita. Porque tenemos esa identidad. Entonces, hemos ampliado nuestro espacio, la casa sí es nuestra, ya tenemos una recámara, ya tenemos un sillón favorito, pero también hemos logrado expandirnos.
Tristemente, la pandemia por el Covid-19, nos ha arrinconado, nos ha dejado sin esa posibilidad. El confinamiento en nuestra casa nos ha hecho perder esos otros espacios. Nuestra oficina era una extensión del hogar, la silla de la fondita que frecuentamos, la banca del parque, las calles que recorremos. La vitalidad se ha visto ahogada. Y en nuestros hijos es más severo.
Sí, el espacio vital es una zona de esperanza, de seguridad, de intimidad y es apropiación del factor social. Es la proximidad con los nuestros, de nuestros pequeños con nosotros, con sus amiguitas y amiguitos. Es un espacio al que podemos invitar al ser a quien más confianza le tenemos. Y se ha visto mermado.
Estar todos en casa, aún cuando lo hacíamos en fin de semana, no es lo mismo que estar todos los días, sin saber hasta cuándo. Aún cuando mamá o papá estuvieran de vacaciones, regresar a la oficina, regresar a la escuela era algo que se cumplía. Ahora no saberlo genera conflicto.
Esa zona de seguridad, el pupitre donde puedo llorar a gusto, la banca donde comparto mis alimentos con los amiguitos, se ha extraviado y me genera ansiedad. Ese es el riesgo.
Sí, la casa es nuestro espacio, pero se ha visto invadido por todos. Ya no corremos igual, no gritamos igual, no nos comportamos igual. Y se pierde la identidad. No podremos recordar nuestra escuela, no podremos recordar el jardín, el césped, el grifo, no lo podremos recordar, por el confinamiento en casa.
¿Qué hacer? ¿Es posible recuperar esos espacios? No. La escuela tendrá otra nostalgia. La banca tendrá otra nostalgia. Y puede llevar a procesos de soledad, de abandono, de agobio, de angustia, de estrés elevado, de desesperación. Y es ahí donde necesitaremos más resiliencia, más inteligencia emocional, más asertividad.
Las consecuencias ante el confinamiento podrían ser más graves que el propio virus, ya que, con la esperanza de la cura y la vacuna, podríamos sanar ese mal físico. Pero, la muerte de espacio vital no podrá sanarse tan fácil.
Debemos fortalecer los lazos de comunicación, preguntarle a los pequeños cómo se sienten día con día, qué es aquello que extrañan, y dejar que la memoria sensorial regrese la alegría. Esa comunicación emocional debe ser cuidada, protegida y debemos buscar caminos.
Debemos aprender a observar más las conductas de nuestros pequeños, mirar su equipo de cómputo como ese espacio vital sustituto y no invadirlo, respetarlo. Observar cómo se comportan al momento de dejar la comunicación virtual, cómo es su oralidad, cómo es su lenguaje corporal, si hay indicios de agotamiento o de rechazo. Observar si aparece el enojo, si aparece el miedo, si aparece el agobio. Y ahí, recuperar el contacto emocional, general la empatía ante su sentimiento, y jamás, jamás, juzgarle.
Sí, es una gran paradoja. El espacio vital se ha visto abandonado, por una necesidad de mantener el espacio vital. Sí. Hay un vacío en las escuelas y seguro los edificios también nos extrañan, porque hemos desarrollado esa comunicación hasta con las paredes, con los pizarrones, con la banca de cemento, con la manguera del jardín.
Deseo que todos regresemos, con las medidas necesarias para evitar contagios, para que esa pérdida del espacio no se vuelva algo irreparable.