En los últimos meses la palabra pandemia ha estado rondando en el ambiente, desde las noticias internacionales hasta lo más privado de nuestros hogares. Cierto que a lo largo de la historia de la humanidad se han vivido catástrofes sanitarias de las cuales se ha logrado salir airoso, a pesar de la cantidad enorme de muertos. Pero para muchos de nosotros será la primera vez. Más aún, para nuestros niños será la primera vez que tengan que estar resguardados en sus hogares durante un tiempo definido como cuarentena pero indefinido en la realidad. A los adultos nos ha tocado comprender la noticia, seguir las indicaciones de las autoridades de salud, pero, ¿qué le corresponde hacer a nuestros pequeños?
Se puede observar que ellos son los más lesionados. No sólo por la elevada carga de trabajos académicos en los niveles básicos, por tener que renunciar a la convivencia escolar presencial, sino también por tener que aceptar, sin saber bien a bien las razones, dejar de lado sus juegos con otros niños o incluso dejar de ver a su propia familia. Han sido encausados a utilizar un cubrebocas, elemento por demás incómodo y referido como enfermedad en sus pequeños mundos. Rodeados de mucha información que se tornó incomprensible y que nosotros como padres y madres tuvimos que traducir de la manera más clara posible para ellos. Y quizá hicimos lo suficiente.
Empero, una vez que hemos vivido el aislamiento social, ¿Es una tarea fácil y cotidiana volver a su comunidad escolar? ¿Es una tarea que no requiere un mayor esfuerzo recuperar las relaciones sociales, que aún no habían sido configuradas del todo? ¿Cómo recuperar el contacto con sus mayores, profesores, tíos, abuelos, luego de un tiempo de ausencia física? ¿Será algo natural que renuncien ahora a dejar las tareas virtuales y volver a escuchar la voz viva de amiguitas y amiguitos? Si en el mundo adulto se ha hablado tanto de una “nueva normalidad, ¿Nuestros hijos, los alumnos, podrán vivirla también como algo nuevo?
Si las empresas estarán ya buscando las estrategias comerciales que la resiliencia organizacional les permita, si los adultos estaremos en procesos de reactivación de nuestras economías apoyados en procesos de inteligencia emocional, si las parejas de adolescentes se reencontrarán en un frío proceso de restructuración de la emoción a pesar de un amor no incubado en una posteridad, si las parejas de adultos habrán descubierto secretos ante el hartazgo de la convivencia, ¿Cómo deben enfrentar ellos, nuestros peques, este proceso de reincorporación social?
Porque, aunque decíamos de manera coloquial que “ellos nacieron con chip integrado” y que les resulta familiar cualquier teléfono inteligente o computadora, al final, la recuperación social en la infancia no será un proceso tan fácil como podría parecer.
Es nuestra obligación estar atentos a los procesos emocionales que se desprendan al reiniciar la convivencia, porque la conducta debe ser redireccionada: no abrazarse (aunque tengan el impulso de hacerlo), no tocarse ni llevarse nada a la boca (aunque es la cosa más natural), no compartir dulces, agua o cualquier tipo de comida (aunque es un proceso de socialización común). Debemos recorrer las emociones que se empiecen a vivir, puesto que se iniciará un proceso que pueda ser sentido como rechazo. Justo ahí es donde debemos poner nuestra mayor atención.
Rechazar y ser rechazado contra su voluntad. Ahí viene la resiliencia infantil. Estaremos saliendo de una crisis severa por el aislamiento, total o parcial, por la falta de desplazamiento, que incluso pudo haber atrofiado el sistema psicomotor. No lo olvidemos, fueron las mayores víctimas, incluso se vieron alterados los derechos de la infancia. Dentro de los procesos de resiliencia debemos explicar los riesgos de salud que todavía se estarán viviendo y por eso el contacto físico debe cuidarse.
Debemos reorientar sus tareas de escuelas y las de casa a un proceso nuevo, mezclado entre lo virtual y lo real. Dejarlos expresar libremente sus inquietudes y todas las dudas que emerjan. Pedirles que no ejerzan ningún tipo de violencia porque será efecto natural del rechazo, evitar la violencia entre los pequeños como entre los adultos. Hemos vivido mucha frustración y la violencia es la puerta falsa, así como periodos fuertes de angustia y debemos ser claros con ellos ante nuestros propios miedos y preocupaciones, ser ampliamente francos en ese sentido, ahora debemos vivir con tranquilidad y mostrarla para que sea imitada. Orientarlos a la recuperación de la naturaleza, del cuidado de los árboles, de las jardineras, del cuidado mayor de las mascotas (que ahora vivirán otros distanciamientos), y sobre todo la valoración de las relaciones sociales.
Debemos orientarles a una mayor, mejor y constante higiene. Desde el cuidado de sus manos hasta sus ropas y sus materiales de escuela. Higiene como efecto de resiliencia. Esto nos encausa a la salud, invitarlos a exponer cualquier alteración que tengan, por muy leve que sea, entonces, educar en la salud. Finalmente, fortalecer esa nueva normalidad en el intercambio y reajuste social. Llevarlos poco a poco con la familia.
Mostrarles el valor de tener cerca a un tío, a una abuela, al padre, a la madre, (con la esperanza de que ninguno de ellos haya partido, en el caso de que así fuera, orientarles de manera sincera a valorar la pérdida de ese ser querido, vivir con ellos el duelo y la ausencia). Es una reorientación total de la conducta; mantener el diálogo abierto y franco todo el tiempo.
Así podremos volver a mirarnos con calma, con cariño, con mucho amor. Es una pauta que me parece posible que maestros y demás adultos podemos seguir. Así podremos volver a escuchar nuestras voces, nuestras respiraciones; así podremos sembrar nuevas esperanzas, nuevos juegos. Así podremos volver a dar y recibir una caricia, un beso. Saldremos a las calles y miraremos el cielo abierto, sentiremos una vez más la lluvia y el viento. Así podremos volver a abrazarnos.